viernes, 6 de mayo de 2011

Escapar se vuelve extremadamente complicado, correr ya no sirve de nada. Cerrar los ojos e imaginar mundos lejanos no funciona, no veo la luz, sólo oscuridad. El tiempo es dueño del dolor, no permite olvidar, pues encadenado a su sombra estoy. Sarcástica, así es la sonrisa que ofrezco al mundo, al menos parezco feliz, y eso es suficiente. La vuelta siempre es dura, un retorno a la realidad que consume todo resquicio de alegría, que arranca la máscara que con clavos ardiendo me enfundé. Las heridas, bien es cierto, no son visibles, no al ojo del típico "Hola, ¿qué tal?", y el vendaje he de cambiarlo cada mañana, la aflicción no cesa. Las estrategias de supervivencia empiezan a ser inútiles, contraproducentes, autodestructivas...pero es necesario probarlo, intentarlo. La inocencia ya no existe, se difuminó hace muchos años, demasiado pronto tal vez, demasiado pronto para madurar y ver la crudeza del mundo. Ojalá pudiera volver un momento atrás, tener ojos de infante, ser un ignorante, sonreír y ser feliz. Ojalá pudiese volar, correr o bucear, perder la memoria y crear una isla donde las huellas me guiasen a la cueva más lejana, a un lugar donde brillen las palabras, las miradas, tú, yo, el ser humano, donde en la entrada ponga "Permitida la entrada sólo a la felicidad".

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